Hola cariño, soy papá
Hoy te traigo una historia sobre la impermanencia.
Sobre que todo es transitorio y que no sirve de nada aferrarse a nada.
En un templo, un maestro tenía problemas explicándole a uno de los monjes la impermanencia.
Por más que se lo explicaba de distintas formas, el monje no era capaz de entenderlo.
En su lecho de muerte, llamó al monje y le dijo.
Me voy por un tiempo, quiero que guardes este alfiler y me lo devuelvas cuando me vuelvas a ver.
El monje guardó el alfiler con mucho cuidado.
Los años pasaron y el monje envejeció y seguía custodiando el alfiler.
Llegó su último día y, postrado en la cama, se acordó del alfiler y que, no importase cómo se las ingeniase, no se podía llevar el alfiler consigo.
No iba a poder cumplir su promesa.
Y ahí lo comprendió.
Llegará un día que yo no pueda usar mis cosas.
Que las usarás tú.
U otro.
O se reciclarán
O lo que sea
Y eso es así
Y por eso, cuando me dices cosas como “esto es mío” yo te digo, sí, pero recuerda que es prestado.
Porque nada es para siempre.
Y cuanto más te aferres a esa idea, más sufrirás.
Te quiero hijo. Por siempre.