Hola cariño, soy papá
Somos un mar de contradicciones.
O un oceáno.
Nos podemos pasar horas de pie en un concierto, saltando y gritando.
Pero coger a tu hijo en brazos y caminar 20 minutos porque está cansado es un suplicio.
Nos podemos levantar a las 4 de la mañana con ganas e ilusión porque nos vamos de vacaciones.
Pero hacerlo para llevarte un vaso de agua es pasar una mala noche.
Podemos pasarnos 6 horas en un museo, lo que sea que nos guste, de pie, sin movernos.
Pero tras una hora en el parque de atracciones ya estás enviando un mensaje a tus grupos para decir el calor que hace y lo cansado que te encuentras.
Y luego nos quejamos de no poder pasar tiempo contigo.
Ojalá no tuviese que ir a trabajar para pasar la mañana con vosotros.
Ojalá.
Ojalá.
¿Pero sabes qué pasa?
Que quien realmente valora y necesita nuestro mejor humor.
Nuestra mejor sonrisa.
Nuestra mejor versión.
Sois vosotros.
Si hay alguien que necesita de nuestra energía y nuestra paciencia, sois vosotros.
¿Y lo peor?
Que llegará un día que esto ya no será posible.
Porque damos todo por supuesto.
Que todo dura para siempre.
Llegará ese día que yo quiera volver a hacer estas cosas contigo.
Pasar esos momentos contigo.
Pero, ese tren, ya ha pasado.
Porque sí.
Yo recuerdo algunas de las fiestas que me he pegado
Alguno de los museos que he visitado
Algún viaje que he hecho.
Si me esfuerzo por recordar me van saliendo
Pero no se me olvida la primera vez que te vi
Que te cogí en brazos
Que me apretaste con tu mano mi dedo
Cuando dijiste papapa
Así que, si alguna vez te encuentras al final de un tobogán.
Esperando a que tu hijo se tire por millonésima vez por él para cogerlo.
Deseando estar en el sofá, viendo una peli.
¿De verdad crees que es mejor la peli a eso?
¿De verdad lo crees?
Que la peli va a seguir ahí, para siempre.
Pero aquí, ahora, parpadeas y tu hijo ya no quiere toboganes.
Y vuelves a parpadear y ya no quiere ir contigo al parque, que va con sus amigos.
Te quiero hijo. Por siempre.