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Hijo, hay una forma muy sencilla de entender cómo relacionarte con las enseñanzas, los libros o la filosofía que elijas seguir. Imagínate que vas conduciendo de noche por una carretera. No ves el final, ni siquiera lo que hay a cien metros. Solo ves lo que alumbran los faros del coche: lo justo para seguir avanzando. A los lados del camino, hay pequeñas marcas reflectantes —esas que llaman “ojos de gato”— que te indican las curvas, los límites, las direcciones. No te dicen a dónde lleva la carretera, pero sí te ayudan a no salirte de ella. Así funcionan las enseñanzas. No están ahí para que las adores, ni para que vivas pendiente de repetirlas palabra por palabra. Están ahí para reflejarte el camino, para recordarte por dónde seguir cuando la noche se vuelve demasiado oscura. Te quiero hijo. Por siempre