Hola cariño, soy papá
Un buen día, un hombre que vivía en un chalet adosado a las afueras de Madrid se despertó y se encontró una buena montaña de estiércol en su entrada.
Cuando digo montaña, es montaña, más o menos de su altura.
¿Cómo había llegado allí?
No se sabe
¿Quién la había puesto?
Tampoco
¿Y qué hizo este buen señor?
¿Llamó a la policía?
¿Se amargó él y a su familia el resto de la semana?
¿Se quejó durante 2 días?
¿Acusó a sus vecinos?
Pues la usó de abono para su jardín y ahí quedó la cosa.
Y es que las montañas de estiércol son así.
Un día te levantas, desayunas, haces tus cosejas y, al salir por la puerta, ahí la tienes.
Esperándote.
Bien grandecita.
Entonces, ¿qué vas a hacer?
¿quejarte?
¿amargarte?
¿guardar rencor y odio?
¿O le darás la vuelta y buscarás cómo aprovecharla?
Así que cuando te pase, porque te pasará, recuerda la montaña de estiércol y seguro, pero seguro, que al menos te saca una sonrisa.
Te quiero hijo. Por siempre.