Hola cariño, soy papá
Hoy te voy a contar una historia sobre discusiones, por si te puede servir para algo.
Hace mucho tiempo, en un pueblo, había un matrimonio que se pasaba el día discutiendo.
Discutiendo por todo.
A todas horas.
Por todo.
El caso es que una vecina quedó con la mujer y le aconsejó que visitase a un sabio que vivía cerca de allí.
La mujer fue, le contó la historia y el sabio le dijo: “Tengo justo lo que necesitas, cuando tu marido empiece a quejarse, toma un trago de esta poción y mantenla en la boca. Es muy importante que no te la tragues. Y solo cuando se haya callado te la puedes tragar”.
La mujer volvió a casa con cierto recelo.
Al entrar por la puerta, el marido le gritó: “¿dónde estabas?¿por qué no está lista la cena?”
Ella, sorbió un poco de la poción y no dijo nada.
El marido continuó gritando durante un rato hasta que al final calló.
Después de la cena, el marido volvió a quejarse “¡mira qué casa más sucia! ¡más desordenada!”
Ella repitió el proceso y, al rato, él se calló.
Pasaron los días y cada vez eran menos frecuentes los gritos, hasta que un día cesaron.
Bueno.
A ver, yo no soy experto en discusiones la verdad y no sé hasta qué punto esto es viable.
Lo que sí sé es que, en estos casos, es por una carencia.
Es decir.
Algo falta en la otra parte, algo echa de menos
Y muchas veces, con simplemente sentirse escuchado bastará
Lo de beber agua y mantenerla ahí para así evitar contestar es un buen ejemplo de que, en muchas discusiones, si te defiendes o atacas no vas a conseguir nada.
Te quiero hijo. Por siempre.